Juguetes

19 de diciembre de 2003

Son las cinco de la tarde de un viernes, hace mucho calor en la estación Pueyrredón de la linea B de subterraneos. Tres niños se acercan hacia mi, tal vez tienen seis años. Uno de ellos con la mano extendida pide una moneda, fiel a mi política sobre limosnas elijo no darle nada. El niño, a quien llamaré Juan, mete sus manos dentro del cesto de residuos y saca un afiche de calle con el emblema de Nike. Lo extiende en el suelo, les muestra a las otras dos niñas su hallazgo y las invita a sentarse sobre el afiche. Se bajan y Juan lanza el afiche sobre las vias al grito de vuela alfombra mágica, el afiche cae balanceandose en el aire. Juan vuelve a poner las manos dentro del cesto y saca un manojo de pasajes usados de subterraneo. Arroja las tarjetas de cartón de a una y mientras las lanza hace con sus labios el sonido del metal cortando el aire.

Mi mirada, perdida, fijada mas alla de las tarjetas que resaltan contra el fondo oscuro donde descansan las vias. Mis oidos, ausentes, escuchando algo distinto de las risas de Juan mientras juega. Sumido en la estupidez de mis pensamientos, debatiendo conmigo mismo si debo impedirle jugar a ese chico porque está ensuciando la estación que estaba inusualmente limpia. Percibiendo la mirada de las personas cercanas a la escena, que tal vez piensan algo similar. Nadie habla, todos miran, todos escuchan, todos miran hacia otro lado buscando una imagen mas linda de ver. Pero los chicos estan ahí, al lado mio, jugando con basura.

Opto por el silencio, aunque en realidad tengo ganas de gritar. Juan saca del cesto una botella de plástico de Coca-Cola, la tira al suelo y comienza a patearla relatando el acercamiento de un jugador al arco contrario. Su relato culmina en un gol y una exalación en su boca se transforma en miles de fanáticos gritando el gol. Sube la escalera mecánica alejándose del andén. Se pierde el sonido de las ovaciones de la hinchada y asi pasa a la historia su momento de gloria.

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