Midnight Soret - Apartados literarios

Alejandro Valdez

Soledad Y Compañía

25 de enero de 2004


I

Dispuesto a no ser esclavo del destino y luego de un enfrentamiento con la puerta de entrada, Pablo ingresó al hall del cine. Un boleto, un asiento y luego una sala llena de personas para ver el estreno del mes. Perseguido por la soldedad, su espada de Damocles, verificó que la sala estaba poblada de grupos o parejas, ninguna persona estaba sola salvo él. Con cinismo observó que estaba realmente solo, porque no había ninguna otra persona sola en esa sala. Sino, esas otras personas en su misma condición habrían sido una compañía secreta.
No había con quien compartir. ¿A quién decirle que la película no le había gustado?. ¿A quién pedirle pochoclo?. ¿Con quién criticar la voz de aquel que hablaba mucho o lo joven que era la chica que estaba con su novio quien le doblaba la edad?. Cuando salió, la lluvia tibia y constante le hizo compañía hasta la avenida Del Libertador, donde por fin lo abandonó la soledad. Un taxista con su monólogo sobre lo bién que estuvieron las cosas durante el último gobierno militar le hacía compañía. Aturdido por el discurso del conductor, entendió que estaba mejor solo.
Al bajar del taxi, todavía caía la lluvia aunque ahora le resultaba fría, hiriente como lágrimas de hielo, golpeando sobre su piel que esa noche se iría a dormir sin otra piel que le hiciera compañía.

II

La banda comenzó a tocar, el humo y las luces azules invadieron el escenario y el telón que los escondía dejó a los músicos a la vista de un público ansioso, que esperaba el momento. Sentado en un extremo de la hilera de asientos estaba Juaquín, su brazo se extendía sobre el respaldo del asiento de junto y los pies sobre el asiento de adelante, que estaba vacío. A su lado estaba ella, fría y ausente como siempre, la única compañía con la que sabía podía contar: una cerveza.
Las canciones pasaron, los ritmos cambiaron, los aplausos cesaron y la banda se retiró con el doble de ovaciones con las que fue recibida. El debut del cuarteto merecía un festejo y él aceptó de buen grado la invitación, la noche continuó en un bar de Belgrano.
Una circunstancia poco habitual lo hizo tomar conciencia de su estado, los integrantes de la celebración eran todas parejas. Ocacionalmente las manos de unos acariciaban las de otro y unas miradas cargadas de emoción y deseo cumplían el rol de las caricias. Los roces y las carícias en los labios de Joaquín se limitaron a los que le dío su copa, que estuvo llena toda la noche. Se identificó con la Luna, rodeada de estrellas que aunque parecen cercanas en la oscuridad de la noche, en realidad están demasiado lejos como para aliviar su soledad.

III

El rutinario sonido del ascensor, los colectivos que pasaban por la calle, un teléfono que sonaba en un departamento vecino y en el asiento de la cocina Lola bordaba un pañuelo para su hija. Dispuesta a hacerse cargo de si misma hasta que sus fuerzas la abandonaran o hasta perder la razón, castigada por los dolores de la artrosis en sus rodillas y manos, la abuela había aprendido a ignorar la soledad.
Hablaba consigo misma ocacionalmente para sentir el sonido de una voz familiar además de la del encargado del edificio, que día por medio le acercaba unas bolsas con comida del supermercado. La última vez que su teléfono sonó fue cuatro días atrás, era un número equivocado.
Los discos de pasta se habían desgastado con las décadas de uso, el piano de pie estaba desafinado y era un mueble de adorno, Lola no recordaba las tardes en la casa de Doña Lucía tomando clases de piano. A falta de una mejor compañía se había aferrado a Dios, un padre paciente y protector que la acobijara en invierno, cuidara a su familia y a quien resongar por las desgracias mundiales.
Terminó su bordado, lo acercó a la ventana y lo miró con la luz del atardecer para verificar que estuviera tan bién como solía hacerlo. Conforme con su trabajo y ayudada por su bastón, se acercó a la cómoda donde descansaban las cenizas de su marido y su hija muerta en un accidente. Dejó el pañuelo prolijamente doblado frente al cofre de su hija y se recostó en la cama.


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