Midnight Soret - Viajes literarios

Numero 1

Baldosas

De Hernán Gnesutta

15 de junio de 2003


Marcos Raundi era un hombre afortunado, la vida había transcurrido para él como quien siente una caricia del viento en el cabello. A los 65 años de edad no sentía la necesidad de utilizar lentes, excepto los momentos del día que dedicaba a leer las noticias mas importantes del periódico de las seis. El señor Raundi, como lo llamaba Cecilia, la cajera del supermercado, se levantaba religiosamente a las 8:05AM. Lentamente se incorporaba y ya enfundado en su bata de baño y las pantuflas de las chicas superpoderosas, regalo de sus sobrinas, caminaba hasta la vieja ventana de su cuarto. Dejaba que la luz del nuevo día invadiera el cuarto e iluminara la cómoda de roble oscuro que se recostaba tímidamente sobre la medianera color tiza. Esa mañana luego de un desayuno ligero, Marcos tomo su abrigo de corderoy y abrió la puerta de calle de su casa. Es prácticamente imposible acertar cual será la reacción de una persona ante una situación absurda. Nadie esta acostumbrado a percibir y asimilar rápidamente un cambio brusco en el entorno cotidiano. Si al volver la vista hacia un rincón de nuestra habitación, notáramos que las paredes han cambiado su color, desde la ultima vez que las vimos, quedaríamos perplejos. Nos sentiríamos, sin lugar a dudas, un tanto desorientados. Esta fue la sensación que experimento Marcos Raundi al encontrarse en el umbral de su casa. Al principio bacilo, sintió que algo extraño estaba sucediendo, y le tomo varios segundos darse cuenta que varias baldosas de la vereda de su casa habían desaparecido. Así, sencillamente, ya no estaban. En su lugar encontró una superficie imperfecta formada por pequeñas piedras, restos de cemento endurecido y tierra removida. Como impulsado por un reflejo automático, Marcos miro hacia ambos lados de la acera sin notar ningún comportamiento extraño; los peatones circulaban malhumorados, los autos se apretujaban en la esquina para luego desvanecerse y el puesto de diarios que se encontraba enfrente continuaba cerrado y olvidado, ya comenzando a oxidarse lentamente. No había negocios en su cuadra y nunca había nadie en la vereda, así que descarto el hecho de que alguien hubiera visto algo. Un tanto ofuscado y ya comenzando a protestar, cerro la puerta y fue caminando lentamente hasta la plaza, donde se encontró con sus amigos del barrio para jugar una partida de ajedrez.

Patricio Estévez estudiaba leyes, -Derecho- le gustaba contestar, a quienes indefectiblemente le preguntaban que carrera cursaba. Su aspecto era el de un muchacho que concurría a clases asiduamente. Prolijo, siempre cuidadoso y meticuloso con sus prendas de vestir; Ordenado y un tanto maniático a este respecto. Una gran parte de su "día de semana", transcurría metódicamente: El despertar, el aseo, el desayuno, la caminata hacia la facultad, el receso en el café del 3 piso, el almuerzo y "la visita al toilette" ... todo era gran parte de la incesante rutina que raras veces es vencida, y raras veces culmina. Las lluvias habían aumentado notablemente en el transcurso de los dos últimos meses y las calles estaban constantemente húmedas y sucias. Los charquillos producidos por la caída violenta del chaparrón se acumulaban aquí y allá dando una sensación anegada a la ciudad gris, que en combinación con los espacios verdes, mas barrosos que verdes, lograban que el aspecto general de la ciudad disminuyera notoriamente a la simple mirada. Patricio y su rutina se dejaban llevar por el envión de esta última a través de la delgada cortina de niebla que cubría la ciudad. Los días lluviosos eran un martirio para el y su compleja situación de aspecto pulcro e impecable. Lograba esquivar los charquillos y con movimientos propios de bailarina clásica dibujaba recorridos inconexos con sus pies para evitar el contacto con el agua. Pese a sus esfuerzos y desesperanzas fue imposible para el y su memoria recordar el lugar exacto que debía evitar para llegar a la facultad sin esa horrenda mancha de agua estancada sobre su pantorrilla derecha. Sabía cual era la casa, sabía cual era el umbral, pero por una cosa o la otra siempre olvidaba torcer hacia la vereda opuesta, o simplemente prestar mas atención. Este hecho se sucedió inexorablemente por tres semanas y Patricio llego esa noche convencido a su hogar, que debía tomar una decisión. Y debía tomarla ya.

Marcos jugó unas partidas de ajedrez con los "chicos" de siempre, ninguno acusaba numero menor que sesenta, pero serían los "chicos" hasta el último día. No estaba concentrado como todas las mañanas. Perdió tres partidas seguidas y comenzó a darse cuenta que algo andaba mal, pero no podía dar con el porque. Mientras buscaba una salida alternativa para su ya perdido rey, recordó súbitamente la imagen del umbral de su vereda, y con una expresión alegre, casi como un niño, le sonrió a Don Francisco y le confesó que ya sabía porque estaba perdiendo tan seguido y no lograba concentrarse. -Me robaron las baldosas del umbral Francisco!- no pude creerlo esta mañana, pero ... ya no están- no se quien pudo haber sido. En este país pasa de todo, de todo. Se excusó con su eterno oponente, prometiendo volver, y cruzó la plaza para hablar con Raulito, un viejo amigo, de los que ya pocos quedaban. No recordaba desde hacía cuanto conocía a Raúl, pero eso no era importante en ese momento. Sabía que algo era seguro: el encontraría alguna solución.

Marcos miraba con tristeza su acera renovada. Había que admitir que Raúl había conseguido un modelo de baldosas muy similar a las viejas compañeras de épocas remotas. El diseño era el mismo, solo variaba en muy poco el tono opaco que solo el tiempo puede impregnar. Se preguntó cuanto tiempo pasaría hasta que el cambio pasara desapercibido. Con un gesto de indiferencia miró a ambos lados de la acera y retornó a las noticias de las seis.

Patricio se instruyó cuidadosamente en el arte de la albañilería antes de volver esa noche al umbral de Don Marcos. Con su aspecto impecable y luego de largas cavilaciones en el corralón de materiales, dejó que la noche envejeciera y se dispuso a reparar el umbral desnudo. Al llegar a la acera, vaciló unos instantes hasta convencerse de que ese era el lugar y con un profundo deseo de auto extinción evaluó las diversas posibilidades. Regresó a su hogar un tanto desorientado, pero con la convicción de haber hecho lo correcto.

Raúl continuaba mirando con incredulidad las cuatro baldosas mas cercanas a la puerta. Había sido un trabajo perfecto. No había rastros de cemento ni rayas en las cerámicas adyacentes. Las baldosas que habían sido reemplazadas descansaban aún sobre el costado del eucalipto que perfumaba la vereda. Marcos, en cuclillas, acariciaba el contorno desgastado de sus viejas compañeras. Sin querer su vista se detuvo en un pequeño brillante que asomaba imperfecto sobre un costado mas gastado. Como un relámpago recordó la historia y sus ojos se humedecieron: Cuando era un joven adolescente solía visitar a sus abuelos en el mismo hogar en que ahora residía. Recordó que una tarde de verano, ya lejana, habían terminado de reparar la fachada y habían colocado nuevas baldosas. El llegó a visitar a "Abuela Elma y Horacio" y se encontró con la inevitable leyenda de "cemento fresco". Recorrió sus bolsillos y encontró un cospel de subte. Hizo un anuncio y sumergió cautelosamente el cospel en el cemento blando.
-Que le vamos a hacer Marcos, querés que las cambiemos?-
-Dejalas así Raúl, no te preocupes-
Fueron caminando despacio para la plaza, en silencio, como si pudieran compartir juntos el silencioso andar de sus zapatos. Marcos miró a Raúl y sonrió brevemente, para sí recordó sus palabras de aquel perdido día veraniego: "El día que alguien encuentre esta ficha de subte, será el día del fin del universo".

Fin



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