Midnight Soret - Viajes literarios

Numero 4

El collar

De Hernán Gnesutta

19 de noviembre de 2003

22 de Julio de 1503.
Santuario de Pachacamac, Perú.
19:55 hs.

Topa Yupanqui, contempló el cielo límpido y la figura del dios Sol Inti recortándose en el horizonte. El viento del sur sopló con mas fuerza y le produjo un escalofrío al heredero del imperio Inca. Contempló la vasta llanura, conquistada con dolor y gloria. Sus guerreros descansaban al calor de un gran fogón que animaron con restos de un árbol caído en las colinas. Se acercaban al fin de la campaña que emprendieran contra los Cañaris y el reino de Quito. Silenciosamente, Topa se acercó al hechicero Ayar Illke, a quién había mandado llamar una semana atrás.

-Amigo mío, sabes acaso, porque estas hoy aquí? - preguntó con su voz ronca y estentórea.

Ayar, lentamente, desvió la mirada de las colinas y sus ojos cansados se encontraron con los de Topa. Su abrigo de pieles desgastado por el tiempo, descolorido e impregnado con el aroma de las alturas, cubría su cabeza. Era mas bajo que el guerrero a quién miraba, pero su actitud imponente y su doloroso pasado se hacían notar en cada movimiento. Inclinó brevemente la cabeza en gesto de asentimiento y como única respuesta extendió sus brazos y depositó en las manos del guerrero un hermoso collar, con pequeñas cuentas de cobre, separadas en grupos de 4. En total eran 24, todas de idéntica forma y color. Estaban unidas por un precario cordón de cuero deshilachado, pero a la vista se mostraba duro y resistente. Topa reconoció el collar de inmediato. Contaba la leyenda que pertenecía desde épocas inmemorables a la familia Illke. Los ancestros de Ayar le dieron forma y color, puliendo el metal y tratándolo con líquidos que extraían de ciertas plantas de la selva. Luego fue enterrado durante decenios hasta quedar completado el conjuro que le diera el poder único de conceder todos los deseos durante un día completo. Nunca cayó en manos enemigas ni lujuriosas. Poderosos y ladrones codiciaron el collar y muchas muertes llevaba a cuestas. Nadie supo donde se guardaba ni quién lo tenía. Solo se sabía que jamás se podría confeccionar uno igual. Muchos años pasaron y las habladurías se convirtieron en recuerdos y luego en leyenda.
Topa miró con incredulidad y asombro el collar y luego el rostro de Ayar Illke. Había mandado llamar al hechicero para proteger a sus guerreros y pedir la bendición de los dioses, ante la inminente batalla decisiva. Jamás imaginó que Ayar pusiera en sus manos un arma de tan incalculable poder. Las palabras se desvanecieron en su boca y permaneció junto al viejo en silencio. Miles de pensamientos surcaron su cabeza y su corazón. Finalmente puso el collar en manos del hechicero.

-No puedo aceptarlo.- dijo, y le pareció que una ligera sonrisa se dibujaba en el rostro de Ayar. Este lo miró en silencio, acarició con cariño la mejilla reseca de Topa. Cerró los ojos y elevó una silenciosa plegaria.
-Los dioses estarán contigo y con tus guerreros Topa Yupanqui.- concluyó y guardó silenciosamente el collar en su morral. Topa tomó aire, besó la mano de Ayar y se retiró lentamente del santuario.

Durante los años siguientes Topa Yupanqui derrotó a los Cañaris y el imperio Inca vivió la gloria de su esplendor y belleza. Ayar Illke se retiró a una vida apartada del movimiento del gran centro y murió humildemente en su morada, a la edad de 95 años.

22 de Julio de 2003
Santa Rosa de Calamuchita, Argentina.
23:41 hs.

Como todas las noches antes de acostarse, Doña Carmen de Leguizamón rezó sus oraciones contemplando la imagen de la Virgen, que descansaba sobre la mesita de luz de su pequeño dormitorio. Se incorporó lentamente sintiendo una ligera molestia en las caderas, que la acompañaba hacía mas de diez años. Dirigió una mirada fugaz al retrato de Don Alfonso, quien le sonreía por detrás de su sobrino Facundo, ansioso por subir a la calesita de la feria. Recordó la sonrisa de su difunto marido y frunció los labios. Apagó la luz del velador y se cobijó entre las sábanas.

23 de Julio de 2003
00:00 hs.

Carmen despertó bruscamente, como quién se incorpora luego de una pesadilla. Trató de comprender el motivo de su exabrupto, pero todo parecía tranquilo y en orden. Encendió el velador y dudó un instante, luego dirigió su mirada a la ventana. A través de la persiana entreabierta percibió la oscuridad de la noche cerrada y supo con certeza que se trataba de las doce de la noche y no del mediodía. Buscó en el cajón el viejo reloj de pulsera y corroboró su sospecha. Se recostó nuevamente y no tardó en dormirse una vez mas.

07:10 hs.

Carmen despertó apaciblemente, sintiendo una leve brisa que se colaba por lugares insospechados. Preparó un modesto desayuno y salió de su casa. Caminaba silenciosamente por las calles de la ciudad, recorriendo con la mirada los paisajes de todos los días. Al pasar por una esquina, reparo en lo desmejorada que se encontraba la fachada del local de Don Enrique, un antiguo almacén que permanecía a través de los años. Estaba cerrado aun, era muy temprano para Santa Rosa, la gente recién comenzaba a despertar. Carmen suspiro y pensando en el viejo Enrique, deseó que algún muchacho joven lo ayudara a mejorar el aspecto de su local. Siguió caminando hasta la plaza y dobló la esquina para llegar al puesto de diarios. Saludo a Ramón, como todas las mañanas y aceptó de buena gana el tercer mate de la tercer ronda de “mateada” que le ofreció el dueño del puesto.

-Sírvase doña.- dijo Ramón- tendiéndole el mate.
-Gracias Ramón, pero desayune muy bien esta mañana.- contestó Carmen con una sonrisa.
-Parece que va llover prontito.- comentó Ramón, con la mirada en el cielo.
-No Ramón, no diga eso. Mas quisiera que se despeje rápido para poder tender las sábanas.-
-Pero … usted ya sabe, el tiempo siempre es imprevisible- comentó Carmen.
-Ya lo creo Doña, ya lo creo.- respondió mecánicamente el diariero.

Carmen se alejó lentamente y se distrajo con un pequeño gato negro que cruzaba la avenida. El sol comenzaba a brillar y el cielo se iluminó de un celeste fuerte. Carmen visito a Juanita, a quién hacía una semana no veía y al salir a la calle tres horas después sintió el calor del sol sobre su saquito negro de hilo. Miró hacia el cielo y lo vio límpido y radiante. Con extrañeza se quito el saco y comenzó el retorno a su hogar. “imprevisible, por cierto” pensó.

12:37 hs.

Carmen preparó cuidadosamente la clásica mezcla de huevos pimienta perejil y ajo con la que preparaba las milanesas. De vez en cuando se daba el gusto de almorzar la comida favorita de Alfonso. Siempre al horno, bien secas y con tomate. Mientras mezclaba con la cuchara recordó que había utilizado todo el pan rallado la última vez. Se molestó consigo misma por no haberlo recordado antes. Con un gesto mecánico abrió la puerta de la alacena y al querer levantar la lata que contendría el pan rallado y ejerciendo la fuerza como para levantar una lata vacía, se asustó al notar un peso considerable que le impidió mover la lata de lugar. Luego de un momento que dedicó a pensar en las últimas compras de víveres, se decidió a abrir la lata. La colocó sobre la mesa y con un gesto brusco y veloz removió la tapa, se alejó un metro con la cuchara de madera en alto y se sorprendió al encontrar en su interior un volumen considerable de pan rallado fresco. El aroma sutil del producto comenzaba a expandirse por la cocina mientras Carmen aun incrédula se dirigía hacia el dormitorio en búsqueda de sus lentes para ver de cerca.

14:15 hs.

Carmen colgó las sábanas de su cama en el patio posterior de la casa. El sol radiante bañaba Santa Rosa. Se cambió en su cuarto y salió a visitar a Don Enrique al almacén. Se sorprenio al encontrar a Juan, su sobrino, terminando de pasar una mano de antióxido a la cortina de metal que protejía el local.

-Oiga Carmen, como anda, vio?, Juan vino a darme una mano con la fachada -Comentó Enrique mientras envolvía 100 gramos de jamón para Matute.

Carmen sonrió y pensó que definitivamente este era una día extraño. Charló con Enrique compro dos o tres cosas innecesarias y volvió para dormir la sisesta.

23:37 hs.

Bajo la ducha, Carmen repasó rápidamente los acontecimientos del día, mientras cantaba una vieja canción. Sopesó con que nada había salido mal. Todo estaba en orden, hasta desaparecieron las moscas del jardín mientras cortaba el pasto, no recordó oirlas zumbar mas durante el día. También estaba lo del pan rallado y la fachada de Don Enrique. No se habían ido las nuves del cielo también? Se paralizó. Recordó a su vez como se calmó el dolor en la espalda cuando se agachó para recoger las llaves caídas y pidió que el dolor desapareciera para siempre. El jabón se deslizó de su mano derecha, que había dejado de hacer fuerza para sostenerlo. El agua caía sobre su rostro. Vinieron a su mente un numero considerable de pequeños acontecimientos que ocurrieron durante el día. Nada había sido milagroso, pero tampoco hubo ocasión para ello... Carmen despertó de su ensoñación. Casi no se secó. Se visitió rápidamente. Fué hacia su dormitorio, se sentó sobre la cama y miró en derredor. Se asustó. Cerró los puños sin querer. Miró la toalla que había dejado al pasar sobre el respaldo de una silla

-Será que tengo un don milagroso? -Preguntó. Se concentró, fijó la mirada en el color blanco de la toalla.
-Toalla... desaparecé! -Ordenó.

La ventana cercana a la habitación estaba abierta. El tiempo pareció detenerse. Carmen temblaba, pero no era de miedo. Se oyó un sonido lejano. Algun coche que estacionaba. Nada se movió en el ambiente y la toalla seguia ahi. Estática. Una briza inundó el cuarto. Carmen se relajó. Pasó un minuto y se puso de pié. Dió media vuelta para acercarse a la mesita de luz. Miró la imagen de la Viergen y sintió un escalofrío. Volvió sobre sus pasos y sintió flojas las rodillas. Un repentino calor zurcó su frente y se aferró como pudo de la colcha de la cama, mientras se desmoronaba sobre la cama no dejaba de mirar el respaldo desnudo de la silla donde hacía un minuto reposaba la toalla. Ya no estaba. Carmen no se desmayó pero la presión de su cuerpo varió bruscamente. Con la fuerza necesaria se incorporó. Abrió el cajón de su mesita de luz y sacó el rosario. El reloj marcaba las 23:58 hs. Sin comprender aún Carmen miró la foto sobre la cómoda. Aferró con mas fuerza la cruz del rosario y se estremeció. El reloj marcó las 00:00 hs. Se persignó tres veces. Miró fijo los ojos de Alfonso. El collar, que se recostaba sobre la pared del cuarto, de cuentas de cobre se deshizo en silencio. La última de las 24 cuentas con las que contaba literalmente desapareció... no se convirtió en cenizas, ni en viento. Dejó de exisitr. Carmen no lo advirtió. Estaba oscuro en ese rincón del cuarto.

-Alfonso, mi amor... quisiera que estemos juntos nuevamente.-

Fin



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