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Midnight Soret - Viajes literarios
Numero 1
La acera
De Alejandro Valdez
Lunes
Rubén dió el último sorbo a su café, dejó la tasa, platos y cubiertos en
la bacha. Con prisa caminó los pocos metros que separaban la cocina de la
puerta de calle. Salió, el aire de la mañana era fresco y limpio, cerró la
puerta con llave y comenzó a caminar a paso muy rápido. Se detuvo unos metros
mas adelante, volteó y miró su vereda, dió dos pasos hacia ella sin creer lo
que veía: Faltaban las baldosas que daban a la puerta de calle. Sin demasiado
tiempo para pensarlo, continuó su camino hacia la oficina.
Era de noche y Julián estaba cansado. En su mochila llevaba libros, como
era su costumbre, pero los sentía mas pesados. No había luna y la mitad
de los faroles de la calle estaban apagados. Algo golpeó contra su pantalón.
Se acercó hasta la esquina y miró, era agua que salió por debajo de una
baldosa oja. Insultó en voz alta. Se dió cuenta que la misma escena se había
repetido los últimos tres días al volver de la biblioteca. Volvió a insultar.
Las fuertes lluvias de los últimos días habían dejado algunos barrios de la
ciudad anegados.La novia de Julián vivió con su madre en de una de esas zonas,
aunque se había mudado con él unos meses antes.
Martes
Ricardo acababa de sacar un capuccino de la máquina automática de
café. Rubén caminaba hacia allí, tanteando en su bolsillo por cospeles para
la cafetera.
—No vas a creerlo, me robaron las baldosas de la vereda. — Dijo Rubén.
—Todas?. — Preguntó Ricardo.
—No, algunas cuantas. Pero justo las que dan a la puerta de calle.
Rubén empujó el aparato, se había tragado su último cospel.
—Me prestás una moneda?.
—Si, tomá. Será un vecino que necesita el tipo de baldosa que tiene tu vereda
y no encuentra donde comprar ese modelo.
—Puede ser, para mi que fueron los chicos del colegio de mitad de cuadra.
Voy a hablar con la directora.
—Que esperás que haga?.
—No tengo idea, pero no quiero pagarle a alguien para que arregle eso.
Jueves
—Siempre trayendo basura?. — Dijo Mara mirando las baldosas que Ju-lián había
dejado unos días atrás en la entrada de la cocina.
—No son basura, esas baldosas sirven. Además mañana me las llevo, las voy
a poner en su lugar. No las robé, solo las moví hasta que parara la lluvia,
ahora que paró las voy a devolver.
Mara se quedó mirándolo, cerró la revista que tenia entre sus manos. Julián
continuó:
—Pero es que no se puede caminar por esa calle, deberías pasar por ahí. Los
que viven en esa casa deben ser unos descuidados.
—Vas a devolverlas?, el dueño te va a matar.— Hizo una pausa, miró otra
vez la pila de mosaicos, negó con la cabeza. Se acercó a Julián, le dió un beso
y dijo:
—Ay mi amor, qué voy a hacer con vos?.
—Podrías ayudarme a fijar las baldosas en la acera?.
—Me estas cargando, no?.
Julián no contestó, se sintió solo. No le gustaba que Mara le hable como si
fuera un niño.
Sabado
Rubén despertó con dolor de cabeza, la luz que entraba por la ventana
lo cegaba. Cubrió sus ojos con una mano, y reconoció la sala de estar del
departamento de Mario.
—Cómo llegué aquí?.—Murmuró.
Se tambaleó hasta la cocina y puso a calentar agua para preparar té. Recordaba
que había acompañado a Mario a una fiesta en una casa con gran
parque en las afueras de la ciudad. También recordaba que en un momento
la gente empezó a meterse en la piscina y que para esa altura de la noche
apenas podía mantenerse en pié. Miró el reloj, eran las cuatro de la tarde.
—Uy... la puta... —Dijó repentinamente, y dió un golpe a la mesada.
Había olvidado que debia estar en su casa a la mañana para recibir al albañil.
En la semana se había cruzado en el barrio con Ramón, y le ofreció el trabajo
de reparar su acera. Ramón le había pasado un muy buen precio, y Rubén
dándose cuenta que la acera estaba muy deteriorada aprovechó la oferta para
hacer a nueva la vereda.
Miró dentro del dormitorio, Mario seguía durmiendo. Juntó sus cosas y
tomó un taxi hasta su casa.
Ramón y su ayudante estaban de rodillas en el piso, fijando los últimos mosaicos
cercanos al cordón de la vereda. El resto de la vereda se veía impecable.
Viernes
Julián llegó con su bicicleta hasta la puerta de la casa de Rubén. Estaba
nervioso, se sentía como un delincuente. Tocó el timbre y esperó unos minutos:
nadie salió. Tocó el timbre nuevamente. Esta vez esperó mas tiempo,
pero no hubo caso. Con cuidado, acomodó las baldosas en los huecos que
había dejado.
Volvió a su casa y cenó las sobras del mediodía del día anterior. La comida le
pareció rancia, pero al menos estaba tranquilo: Mara había ido a bailar con
sus amigas y él podía disfrutar del silencio al que tan bien se había
acostumbrado. Preparó mezcla de cemento en un balde pequeño. Con el balde y una
cuchara volvió a la casa de Rubén. Era de madrugada y no había nadie en la
calle, de todas formas se apresuró a hacer el trabajo. Una vez fijadas con el
cemento, limpió el borde de las baldosas con un trapo y volvió a su casa.
Enjuagó el balde con agua y se preparó para dormir. Estaba contento, pensó que
sin duda el dueño también lo estaría al día siguiente cuando encontrara su acera
restaurada.
—Si la gente hiciéra algo por los demás, las cosas andarian mejor. —Pensó,
apagó la luz y durmió profundamente.
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