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Midnight Soret - Apartados literarios
Mariano Petrakovsky
A los oídos en mi cabeza
22 de abril de 2003
Cuan simple seria comprender todo lo que escribo, si la gente oyera como uds.
mis gritos sordos, mi llanto mudo, el sabor amargo que dejan las angustias
diarias de sentirme tan alejado de la gente común.
A esos oídos en mi cabeza les escribo. A esos ojos que se ocultan tras mis
pupilas y que hoy pueden ver como yo, la primer gota de sangre que ahora
derramo, tan pequeña como sufrida, tan roja como la furia que me obliga a
cortar mas profundo dentro de mi cuerpo, a volver a mutilarme, para curar
con dolor físico aquello que lastima mi alma.
Son esos mismos oídos que escuchan el desgarrante sonido de la fibra al
cortarse.
Ahora río. Río a carcajadas. Tomo la gillette entre mis dedos firmes y como
burlándome de quienes me impusieron la condena de vivir la entierro en mi
brazo cortando y cortando mi piel, mi carne; siento el dolor y me río mas
fuerte. Ahora grito con ira desafiante, hasta que mis pulmones ya no tienen
aire. Con los ojos rojos, inyectados, con esa discapacidad que tenemos
algunos de no poder llorar, miro con curiosidad como la sangre brota de mi
herida, y comienzo a pensar en el pasado. Y comienzo a hablarle a esos oídos
en mi cabeza que hacia horas esperaban este momento.
"El primer recuerdo que tengo de mi infancia es un ombú. Un árbol deforme y
con ciertos aires místicos en el que juegan todos los chicos del barrio.
Tomando en cuenta que incluso en esos tiempos los árboles que no estuvieran
rodeados de baldosas no abundaban, el ombú era un clásico de todos los
domingos en el porteño barrio de Agronomía.
Aunque yo vivía en Villa Urquiza un barrio a apenas unas cuadras de la
Facultad de Agronomía, era una fija verme ahí cada fin de semana. Aquel
lugar, ahora que lo pienso, tuvo mucho que ver en quien soy… todo era
mágico, con ese aire excitante que tiene lo oculto y lo prohibido.
Circulaban historias de personajes salidos de un cuento de horror, que con
los años los descubrí como parte del folklore local. Recuerdo el personaje
más de moda en aquellos tiempos, el hombre gato, un ser mitad hombre y mitad
gato que atacaba saltando desde algún árbol en la noche descuartizando a sus
victimas con sus afiladas uñas felinas. Y como no podía ser de otra forma,
entre mis infantes amigos y yo deducimos que la guarida del asesino seguramente
estaba dentro del ombú, y ¡ay! de aquel osado mortal que se animase a caminar
por aquellos rumbos en la noche.
Cada vez que recuerdo eso, no puedo evitar sonreír.
Otro hecho que me marco en esta búsqueda desesperada por la verdad, fueron los
pitufos. Si si. Hubo un periodo maldito de los pitufos. Cientos de fábulas
sobre muñecos pitufianos que intentaban asfixiar a sus dueños llegaron a mis
oídos. Si alguien de mi generación pudiera contarles, sabrían que digo la
verdad. La paranoia de los pitufos que salían de sus letargos, obligaron a
más de un padre a quemar esos muñecos para que sus hijos pudieran dormir
tranquilos. Y yo, me maldije en silencio por no poseer uno; por no verlo
caminar aunque sea lo último que viese en mi vida.
Viví allí hasta los 15 años.
Cuestiones que uds. mis eternos oyentes no quieren escuchar me llevaron a mí
y a mi familia a mudarnos la costera Santa Clara del mar.
Estar solo y en un lugar nuevo, suena tentador para cualquiera. Las
posibilidades de conocer gente interesante, tal vez el amor de mi vida,
quien sabe. Pero para alguien que tiene que dejarlo todo por sueños que no
son los suyos, todo aquello era un tormento. El recuerdo de mi antiguo amor
que ahora estaba a cientos de kilómetros me hacia llorar cada noche.
Entonces conocí la soledad. La buena soledad, la que uno elige.
Comencé a compenetrarme tanto en mi mismo que olvide todo lo demás, como un
recurso desesperado para sobrevivir en un mundo que empezaba a sentir ajeno.
La escuela secundaria me esculpió con este perfil de tipo duro que uds. ven.
Tuve que ganarme el respeto de mis colegas. Y todo hombre sabe que hay cosas
que no se arreglan hablando. Me forje de un carácter fuerte, desafiante e
incluso por momentos hasta soberbio. Pero como se dice en la jerga: "A mi
nadie me toca el culo".
Viví una adolescencia agitada. A veces rodeado de gente y a veces en la mas
profunda soledad. Y disfrute cada momento. Compartí camas con señoritas cuyos
nombres puedo recordar a la perfección pero que ninguna me hizo volar entre
las sabanas. Compartí sueños con amigos, muchos de los cuales nunca hicieron
nada para conseguirlos. Pero lo que mas me perturbaba era el amor. Nunca haber
sentido el amor.
Hasta que lo encontré. Deben entender que cuando por fin lo encontré habían
pasado ya 6 o 7 años de esa búsqueda. Casi puedo decir que había abandonado
la travesía. Tenía yo 22 años y la conocí. Una historia enferma, uno de esos
amores que te consumen hasta humillarte, hasta hacerte sentir tan vulnerable
que la muerte es preferible al solo hecho de estar lejos de la persona amada.
Porque de eso se trataba, de sentir el amor por primera vez, de sentir que
cuando me decía "Te amo" sabia de lo que estaba hablando.
Antes de conocerla, pase por varias etapas. Hasta hoy la más oscura de ellas
me la produjeron los libros. Me sumí en una depresión intensa que me llevo a
encerrarme durante un año en mi casa, donde por propia decisión no ingresaba
una gota de luz.
Los libros son tan peligrosos como las drogas. Uno se hace tan adicto que
puede llegar a preferirlos a ellos que a la realidad. Y eso mismo me sucedió a
mí. Los libros pueden hacerte sufrir y es quizas por esa razon que tanto me
gustan, porque puedo sentir con ellos. Y al sentir me siento vivo.
Aun asi encare tantas preguntas sin respuestas que casi me destruyen.
Y no fue fácil, no crean. Aquel que se ha preguntado algo cuya respuesta es
imperiosa, aquel que se lo ha preguntado queriendo saber la respuesta como si
su vida dependiera de ello sabe a lo que me refiero.
Pero cuando no se puede ir mas abajo, cuando el fondo es tan palpable, son los
valientes los que se levantan y vuelven a ver el sol movidos por la esperanza
de que las respuestas lleguen a su debido tiempo.
Entonces me levante y salí a enfrentar al mundo.
Creo que días después la conocí. Estaba tan cerca de mí que no podía verla.
Le dedique dos años donde todo el dolor que sentía por estar "ella" con otra
persona se compensaba con el amor que me prodigaba. Incluso sus mentiras las
aceptaba mi corazón impidiendo que mi mente se entrometiera.
Lo que descubrí de mí en ese tiempo, lo que mas me gusto y me gusta, fue el
valor. El saberme tan valiente para enfrentar cualquier cosa. Aun perderla.
Rechace al igual que hoy lo hago a los cobardes. Seres incapaces de pelear por
sus sueños hasta los límites de lo natural o lo divino.
Así que cuando entendí su falta de coraje, me aleje.
La llore durante meses. Pensé en la muerte cada noche que no estaba a mi lado.
La maldije y hasta me maldije por ser tan ingenuo de creer en el amor.
Porque tal vez el amor si es una utopía. Tal vez el amor no existe como yo lo
consibo y desearlo no cambia las cosas.
Pero entonces, ¿que sentido tiene estar vivo?... "
Los oídos en mi cabeza parecen cansados de escucharme, abro los ojos.
Lamento que no me hayan dejado terminar con mi historia y que se queden con que
deseo morir por una mujer, cuando las cosas no son así. De hecho ni siquiero
quiero morir. Pero en fin.
Miro la herida que ya había empezado a cicatrizar como siempre sucedía.
Sonrió con algo de nostalgia sin dejar de mirar la sangre seca sobre la mesa.
Mis deseos de inmortalidad tal vez se hayan cumplido y me viene a la cabeza
aquello de "ten cuidado con lo que deseas".
Me levanto y voy a acostarme. Antes de cerrar los ojos me convenzo de que va a
ser la última vez que lo intente; porque al final voy a continuar un día mas,
tan solo para ver que pasa.
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