La Laguna está rodeada de clubes de pesca y campings privados, donde al parecer se pueden alquilar botes y elementos para deportes náuticos. También hay restaurantes parrillas y despensas donde se puede comprar algo para comer. Hay un recreo municipal (gratis) con baños públicos, mesas y sillas de cemento y parrillas para preparar asado.
El día estaba despejado, cálido y se había vuelto bastante ventoso. Buscamos un lugar donde alquilar botes, el costo era $10 por una hora o bien $30 por toda la tarde. Optamos por alquilar el bote toda la tarde, y a las 13:30 zarpamos de la costa provistos de agua mineral, galletas y un walkman con parlante.

Remamos hasta la mitad del lago, tarea nada fácil por el fuerte viento que desviaba el bote y producía pequeñas olas que al chocar contra proa salpicaban una buena cantidad de agua sobre nosotros. Soltamos el ancla y pasamos la tarde escuchando música, tomando sol y charlando sobre la vida. Cerca de las 16:30 con la intención de volver al muelle y propinarnos una merienda levamos anclas y comenzamos a remar con rumbo al muelle.
Buena fue la sorpresa a bordo cuando nos dimos cuenta que por mas esfuerzo que hiciéramos el bote parecía ir hacia donde lo llevaba el viento. Insistimos, hasta cansar nuestros brazos, pero luego de una hora de remar el viento nos había empujado contra la costa en una orilla muy lejana al muelle.

Quedamos con nuestro buque varado en 40cm de agua, a 10 metros de tierra firme. Alguien debía poner los pies en el agua y caminar entre pastizales hasta algún lugar donde nos pudieran venir a remolcar, pero no había voluntarios: nadie quería mojar su calzado.
Probamos de enterrar los remos en la tierra para empujar el bote mas cerca de tierra, no dio resultado. Probamos de hacer señas con un remo en alto a otros botes, no nos daban bola. Probamos de llamar por teléfono celular al museo a ver si nos podían dar algún número para llamar y que nos vinieran a buscar, no contestaba nadie.

Así que nos relajamos y dejamos que el destino hiciera su trabajo, cerca de las 18:30 el señor que nos alquiló el bote, se acercó en una lancha a motor y con la sonrisa del que 'sabía que esto iba a pasar' nos instó a arriar la bandera de Midnight Soret y entregar nuestro buque insignia.
Volvimos al muelle en el bote a motor, remolcando el otro bote y pisamos tierra firme cerca de las 18:30, bastante quemados por el sol, con agua en los calzones, sed y ganas de comer algo rico que pusiera fin a la amargura de nuestra reciente derrota marítima.
Averiguamos con la gente del lugar que el colectivo que iba para Lobos pasaba a las 19:10 y un rato después estábamos sentados en un bar frente a las estación de tren de Lobos donde a las 20:15 partimos con destino Merlo a deshacer nuestro camino.